Fabián le ha contado a su hijo lo que pasa en el mundo.
El día que iba a nacer su hijo, Fabián Herrera pasó la mañana en labores colegiales que requerían de toda su energía. Iba en cuarto medio, era el jefe de la alianza azul en su curso y se suponía que aún quedaban dos meses para el parto, pero los hechos se desencadenaron de otra forma, no de acuerdo a los planes, y comenzaron muy temprano a cambiar la historia de Fabián hijo, el Fabi.
Fue hace 431 días. Masciel Valat, la pareja de Fabián, se dio cuenta de que su hijo ya no se movía en el vientre. Le pareció extraño.
Era 15 de mayo de 2015, viernes, día de las alianzas en el colegio Cardenal Caro de La Pintana. Cuando terminaron las competencias, Fabián se dirigió al Hospital Padre Hurtado de San Ramón. Él recuerda todo perfectamente. Recuerda por ejemplo que a las tres y media, al llegar al hospital, le dijeron que estaba todo bien y que Masciel también estaba bien, pero cerca de las seis de la tarde lo llamó el doctor de pabellón para decirle lo siguiente: “¿Sabe?, su hijo no está respirando, así que vamos a entrar a cirugía y vamos a tener que hacer una cesárea de emergencia”. Fabián y Masciel sabían que Fabi venía con problemas, porque había desarrollado una gastrosquisis: parte de su intestino había crecido afuera de la pared abdominal. Había que operarlo apenas naciera, para devolver el intestino a su lugar original y para que luego pudiera hacer una vida normal.
Fabián Herrera Valat nació a las siete y cuarto de la tarde de un día en que aún no debía nacer y entró a pabellón a las 12 de la noche para operarse. “Me hicieron despedirme de él y ahí vi por primera vez sus ojitos abiertos”, recuerda Fabián padre, que también estuvo en la cesárea y que vio pasar las horas más lentas de su vida con el corazón “latiendo a full”.
La cirugía culminó a las dos de la mañana y Fabi pasó a neonatología. “Yo estaba muy angustiado, quería verlo y no dejaban entrar a nadie. La matrona me dejó pasar y pude ver que estaba con muchas máquinas, se veía chiquitito, había nacido prematuro, pesó 2 kilos 640 gramos y midió 46 centímetros. La operación salió bien, pero pasaban los días y Fabito seguía igual”, cuenta Fabián Herrera en un pasillo del Hospital Padre Hurtado. Aquí todos lo conocen, todos lo saludan, todos quieren al Fabi, su hijo, y todos le llevan regalos. Una única vez en un año, dos meses y cinco días de vida, Fabián hijo ha podido salir a darse una vuelta al mundo exterior. Fue el 4 de octubre del año pasado y el permiso administrativo duró tres horas. “Lo llevamos a mi casa y miraba todo. Miraba al cielo, se reía, estaba alucinado”.
-¿Por qué tu hijo no ha podido salir del hospital, Fabián?
-Al quinto día de su operación, le volvieron a revisar el intestino y se encontraron con la sorpresa de que se le había muerto casi todo. Había tenido una enterocolitis necrosante grave. Quedó con solo 25 centímetros de intestino y sin la válvula (válvula ileocecal), que es como el motor del intestino. Los doctores me dijeron entonces que mínimo, para sobrevivir, se necesitaban 20 centímetros de intestino y con válvula.
-Era una noticia terrible, entonces.
-Sí, me estaban diciendo que a Fabi le iban a faltar nutrientes, que le podía explotar el intestino. Nos dijeron que no nos hiciéramos muchas esperanzas, que “al mes, puede que fallezca”. Quedamos helados, nos fuimos llorando los dos y pasamos a conversar a la placita acá para apoyarnos el uno al otro.
Fabián trabajaba en mantenimiento de canchas de tenis, en el Club Balthus, en Vitacura. Desde que supo que iba a ser padre empezó a ir todos los días después del colegio. El Balthus es un club al cual van desde el Chino Ríos hasta Fernando González. Una vez Fabián jugó con él. También conoció a Ronaldo, el futbolista, porque cuando vino a la Copa América el 2015 se arrancó a jugar tenis. “Me encanta el tenis, incluso raqueteo con personas que no tienen sparring. Ahí me gano unas lucas y lo otro que hago es arbitrar. Mi pega consiste en tener listas las ocho canchas”, explica Fabián, quien aún tiene ese trabajo y circula en micro entre cuatro comunas todos los días: La Pintana, donde vive, San Ramón, donde tiene que turnarse con Masciel para estar 24/7 en el hospital, Vitacura, donde trabaja, y Puente Alto, donde ahora sigue estudios superiores en primer año de Administración de Empresas con mención en Márketing, en el Duoc UC. Para no aburrirse en los trayectos, tomó la costumbre de leer libros. Ahora está con “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez, que se lo recomendó un profesor del colegio Caro. “Voy en una parte en que Juan Arcadio Buendía ya llegó al pueblo, Aureliano ya está grande y ya empezó la guerra entre liberales y conservadores”, cuenta Fabián. “¿Mis próximas lecturas? Padre rico, padre pobre, de Kiyosaki; y Gopro, de Eric Worre”.
Luego de pasar un mes sin comer, el Fabi derribó los pronósticos médicos. Venció a la desnutrición, a las infecciones, sumó un par de intervenciones muy complejas (lleva seis 14 meses) y comenzó a alimentarse con leche, gota a gota, literalmente. Fabián padre luchaba al mismo tiempo contra las ganas de dar todo por perdido contra la posibilidad cierta de abandonar el colegio.
-¿Qué apoyos tuviste para seguir adelante?
-En el colegio sabían todo lo que me pasaba y le agradezco mucho a a la directora (Astrid Carrasco). Ella entendió mi situación y tuve todos los permisos para salir a ver a Fabi cuando lo necesitara. En un momento pensé en dedicarme solo a trabajar y dejar el colegio, pero ella me apoyó harto, igual que en Administración, la profe Betsy. Me regalaban ropita de guagua, me regalaron la cuna, sentí un calor humano, un amor para que pudiera terminar mis estudios y tener un futuro para él... -Fabián mira hacia la sala 303 de Pediatría, donde ahora está internado su hijo, y enmudece por unos segundos. Luego, retoma su relato.- A la Masciel también la ayudaron, porque ella dejó de estudiar en el colegio donde iba y en el Caro justo se abrió un cupo en tercero medio. La invitaron a postular y al final quedó. Ahora está estudiando. Yo la convencí para que volviera. Al colegio le debo mucho, a los profesores, a todos.
Cuando pudo reconstituir su intestino, a Fabián comenzaron a alimentarlo por vía intravenosa. En términos médicos, se llama nutrición parenteral y consiste en que los nutrientes básicos van directo a la sangre. El corazón, por lo tanto, se encarga de distribuir. Un día de leche especial para esa alimentación cuesta 300 mil pesos. Además, Fabi necesitaba dos máquinas de precios astronómicos que sus padres lograron conseguir a punta de un bingo y de ayudas de personas específicas. Fabián, por ejemplo, cuenta que para su cumpleaños recibió un cheque de dos millones de pesos y con eso pudo costear una de las máquinas. Ahora la tiene junto a su hijo en el hospital y cuando no la usa, se la presa a los otros pacientes que la puedan necesitar. Fabián calcula que en total, sin Fonasa ni las ayudas del Estado, habría tenido que desembolsar mínimo unos 200 millones de pesos.
Aunque una hipoxia (falta de oxígeno en el cerebro) dañó algunas funciones motrices de Fabi, desde el tercer mes de vida demostró que quiere salir adelante. Su papá le contó que ya es dos veces campeón de América, pasaron un terremoto juntos y cada sonrisa es una nueva enseñanza. “Él es mi gran maestro de la vida. A pesar de todo lo que sufre día a día, porque lo pinchan y a él le duele, me demuestra que uno puede ser feliz. Un día salió de la sala de procedimientos después de que lo habían pinchado 10 veces. Yo venía triste, porque él había llorado mucho, pero salió, me vio y me sonrió”, cuenta Fabián Herrera. “Cuando un hijo es crónico, el hospital es como tu casa. Con la Masciel pasamos por depresiones fuertes, comíamos mal, estábamos flacos. Fue un proceso difícil, me dolía verla llorar, pero aprendí a orarle todas las noches al Señor, a agradecerle siempre, a nunca pedirle sino dejar todo en sus manos. Así empecé a sentirme bien, feliz, a ser positivo, a vivir otro proceso”.
-¿Cómo eras tú antes, Fabián? Una vez contaste que en primero y segundo medio no te iba muy bien.
-No era pastel, pero era desordenado, no pescaba los estudios. Hubo un año en el que no fui al colegio. Sin echarle la culpa a mis papás, no lo pasamos muy bien cuando chicos. Éramos ocho hermanos (cinco mujeres y tres hombres), mi papá pasó 10 años preso y mi mamá nunca tuvo estudios. Ninguno de los dos sabía leer. Ahora yo le estoy enseñando a leer a ella. En algún momento llegué a hacer algo malo, pero me di cuenta de que no era lo mío. Conocí gente que en verdad me cambió la vida, gente de mi colegio. El colegio fue un gran trampolín para que yo cambiara mi mentalidad. También en Balthus conocí gente increíble. Aprendí harto de la vida, de cómo ser feliz día a día. Me recomendaron libros, frases de Martin Luther King, de Budha, enseñanzas reales de vida. Hasta leí lo que decía Einstein de las ondas gravitacionales y de las vibraciones del pensamiento positivo. Desde ahí me dediqué full a pensar positivamente. Y también pude conocer al flaite, al pastero, al ladrón y hasta las personas más ricas de Chile, y aprendí que con todos debo ser igual, con todos ser positivo.
-¿Qué quieres que sea Fabi cuando grande?
-Quiero que sea feliz. Eso es algo que también he aprendido de los otros niños que están crónicos y pacientes que he conocido acá. Albán Guerrero, por ejemplo, lleva 14 años en el hospital y un día le pregunté cuál era su sueño. "Jugar a la pelota, correr”, me dijo. Me impactó profundamente, me llegó al corazón porque no puede correr, tiene un corazón de 84 años y sus pulmones se deterioran. Ellos también me ayudaron a cambiar mi mentalidad.
Fabián ha regresado al colegio a estimular a los más chicos para que sigan estudiando después de la media. Él hizo su práctica en Deloitte, otra empresa de la cual está muy agradecido, y dice que no solo su hijo le cambió la vida, sino también la educación -en especial la del colegio-, los consejos que le dio su hermana y el apoyo que siempre tuvo de parte de Masciel.